miércoles, 5 de noviembre de 2014

El Fest...


José Rodríguez - @osoldu

Nota de la redacción: Antes de putear, recuerde que todos los contenidos vertidos en este blog responden a opiniones absolutamente mías, pues se trata de un sitio personal netamente creado para compartir un poco de mis ideas. Sin embargo, si quiere hacerlo, podrá comentar en la parte inferior de esta página.

 

 

Hace tiempo que no escribo en este blog, es que he estado muy ocupado con cosas de trabajo y con mi cambio de ciudad, pues sí, he dejado la cosmopolita Quito para instalarme en Puerto Francisco de Orellana, una pequeña urbe de la Amazonia a la que se la conoce como Coca, pues se ubica junto al célebre río del mismo nombre.

Pero lo que acá me cita es otro tema, como he acostumbrado prácticamente en el 80% de los contenidos de este blog, quiero escribir sobre música, conciertos, festivales y aquello que estos han significado para mí. Regreso después de casi tres meses a escribir sobre el Quitofest.

El que sería el mayor festival musical quiteño tuvo su primera edición en 2003, en un contexto un poco sui géneris para la historia de un país como el Ecuador, pues veníamos de enfrentar una serie de situaciones adversas que terminaron generando un impacto socioeconómico negativo: las crisis económica y política de finales del siglo XX, que vinieron acompañadas de migraciones masivas, gente que perdió los ahorros de toda su vida, suicidios, entre otras situaciones.

Allí ocurrió uno de los más importantes sucesos de nuestra historia, la muerte del Mariscal Sucre y la llegada de George Washington, la economía ecuatoriana se dolarizó porque era insostenible para el sistema financiero nacional mantener una unidad monetaria. 

Aquello nos dejó una serie de lecciones, pero para mí algo muy importante, llegué a decir "¡puckta! ¡Nos quedamos sin moneda! ¡Qué verga! ¡Vamos a ser ahora sí una colonia de los gringos hijueputas!". Claro, en aquel tiempo era un adolescente que cojeaba con la izquierda gracias a la formación que recibí de mi familia materna y a cosas que veía, podría decirse que estaba cerca de convertirme al "tirapiedrismo" pero no pasó por una serie de razones.

En ese tiempo era común escuchar “ecuatoriano tenías que ser” cuando alguien hacía algo mal, o “solo en el Ecuador” cuando ocurría algo que no era del agrado de alguna persona. Lo ecuatoriano era sinónimo de lo negativo, ¡por Dios! Vivimos en el más hermoso país del mundo y lo ecuatoriano era mal visto por los propios ecuatorianos. ¡WTF!

Sin embargo, esa inquietud de mi adolescente mente fue rápidamente disipada, en una emisora radial quiteña, Radio Latina 88.1 empezaron a transmitir programas especializados en géneros alternativos y música ecuatoriana, lo que en serio llegué a considerar como una especie de afianzamiento de una identidad nacional cercana a desaparecer gracias a la crisis que pasó el país.

En el espacio llamado La Inmensa Minoría conocí a músicos ecuatorianos de primera que estaban ocultos en una especie de underground alternativo al que no todos tenían acceso. Entonces se empezó a hablar de la diversidad de géneros musicales y artistas que tenían muchísimo que decirnos. Y empezamos a escucharlos y a sentirnos orgullosos de ellos, a decir “mierda hijueputa ¡qué buena música se hace en mi país!”.

Empezamos a superar el trauma post-MTV gratis y asistimos a lo mejor que nos podía brindar la música hecha en el país además de su innegable calidad: un motivo para sentirnos ecuatorianos. Para dejar a un lado esa vergüenza y decir “¡viva mi país!”

Encima, la selección clasificó a su primer Mundial de fútbol y generó que esa identidad ecuatoriana se convierta en un orgullo ecuatoriano; así, ese renovado –y hasta ahora presente- amor por nuestro país no se dio solamente en las personas afines a los géneros alternativos musicales, sino a todo nivel.

Lamentablemente La Inmensa Minoría ha ido perdiendo de a poco su llegada y calidad y ha degenerado en una radio web que transmite preferentemente ska y reggae llamada República Urbana, pero tuvo sus mejores años a inicios del milenio. Allí transmitían a grandes como Sal y Mileto, Mamá Vudú, El Retorno de Exxon Valdez, Tanque, Misil, Siq, Nadie, Lablú, Sudakaya, Mortero, Obscura, Rocola Bacalao, Descomunal, Notoken, Selva, Can Can, Muscaria, Guardarraya, Cafetera Sub, entre otros.

 


 
 
 
 
A varios de ellos pude verlos en un pequeño escenario montado en las Fiestas de Quito del 2003 en la Cruz del Papa, ese fue el primer Quitofest, un concierto montado si mal no recuerdo con la finalidad de que la gente asista a un espectáculo cultural y artístico en lugar de a embrutecerse con alcohol en las inmediaciones de la plaza de toros. Y aparentemente ese objetivo se cumplió.

Con el pasar de los años el Fest creció y empezó a presentar bandas internacionales de renombre, la primera de ellas es Koyi K Utho, una especie de Rammstein colombianos que entonces presentaron covers de bandas tan variadas como Depeche Mode y Sepultura, pero que ahora cuentan con un importante reconocimiento.

 

 
Por este escenario pasaron también gente reconocida de diferentes géneros como Korzus, Cartel de Santa, Ratos de Porao, Todos tus Muertos, Masacre, Darkest Hour, Cienfue, Plastilina Mosh, Zoe, Los Mox, Babasónicos, Austin TV, Walls of Jericho, Carnifex, Krisiun, Cuarteto de Nos, Testament, Torture Squad, Obrint Pas, Kinky, Hirax, entre otros. Quien no reconozca la calidad de estos invitados internacionales está un poco mal del cerebro.

 

 
Así, entre 2003 y 2013, no he faltado a ninguno de los Fests, a pesar de que algunos han tenido carteles mejores que otros, pero cada año he tenido un motivo para ir y compartir lo que en realidad es una fiesta de la música. Que en la entrada te quiten hasta los esferos o que los chapas, hijueputas por excelencia, te hagan requisa hasta del bóxer no importaba, si querías disfrutar de las bandas.

El ambiente era único, hasta al llorón del ‘Chamo’ Guevara y a los Chigualeros les he aguantado, no importaba, estabas en un espacio tan abierto que si no te gustaba uno de los artistas que se presentaban, podías salir a comer algo o a fumarte un tabaco.

Algo que definitivamente muy pocos apreciamos porque desde pequeños crecimos con la influencia de los grandes festivales internacionales como el Woodstock 99 y los Ozzfest, y soñamos con tener algo parecido en nuestro país. Y llegó a Quito, lo tenemos, es nuestro, nuestro Lollapalooza criollo.

 

Sin embargo, no todo puede ser tan maravilloso, pues más allá de las acusaciones que recibió la organización del Fest por recibir auspicios de instituciones públicas, por lo que hubo gente que empezó a dudar de la independencia del evento y a relacionarlo con el Gobierno. Al respecto solo diré que no me parece que aquello afecte a la imagen del festival, al contrario, si hay un Estado dispuesto a invertir en un espacio artístico y cultural es una señal de que las cosas se están haciendo bien.

Aquí entra en escena un punto que a muchos les puede parecer irrelevante, pero que se convierte en uno de los aspectos básicos para el desarrollo de una ciudad y la relación que esta tenga con su gente en temas de apropiación y empoderamiento del espacio urbano: la gestión cultural.

Se trata de un cojunto de estrategias empleadas para facilitar el acceso al patrimonio cultural (tangible o intangible) por parte de una sociedad. Parte de una planificación realizada mucho tiempo que considera tres pilares fundamentales: apoyo de lo colectivo, modelo de desarrollo determinado y trabajo por autenticidad, y esto último es lo que quiero destacar del Quitofest. Se trató siempre de un evento auténtico, más allá de que el color con el que se lo identifique, representa una especie de democratización de la cultura.

Y aquello, sin duda es un dinamizador de la economía y un motor para el desarrollo, pues la cultura atrae turismo e ingreso de divisas a un territorio. En el caso del Quitofest, los vecinos de los recintos donde se ha realizado no quisieron que el evento se cambie de casa.

Ahora bien, el Quitofest de 2014 no se llevará a cabo en la ciudad que le dio su nombre, debido a una administración municipal que prioriza la espectacularidad antes que la gestión cultural, por el simple hecho de que es más sencillo organizar un evento como Quitonia (genio el publicista al que se le ocurrió un nombre tan desagradable), donde la Alcaldía invertirá $2 000 000 provenientes de las arcas municipales para traer a artistas de la talla de Sting y Rubén Blades.

 

Yo creo que está bien para las personas que prefieren este tipo de espectáculos y que no ven más allá, pero a la vez considero una inconsecuencia y una incoherencia de parte del Municipio dejar de lado a las propuestas realizadas por los gestores culturales que en lo poco que lleva esta administración han sido excluidos y reemplazados por conciertos mediáticos masivos, uno de ellos la Fundación Música Joven, creadora del Quitofest.

Este año el Fest se realizará en Cuenca, una ciudad con muchísima cultura musical y con un público ávido por buenos conciertos que se merece un reconocimiento como tener un concierto gratuito de bandas de la talla de Biohazard, Carajo y Babasónicos. Bien por el público de allá, el evento será histórico y seguramente uno de los mayores, pues es la primera vez que se realiza en un estadio como el Alejandro Serrano Aguilar.

 


Ojalá pueda ir a esta edición del Fest y no romper la tradición de ya 11 años de no faltar al evento, está en mis planes viajar a Cuenca, pero con un aliciente adicional: no ir solamente a disfrutar de las bandas, sino ir a apoyar a la gestión cultural más allá de cualquier preferencia política, que es algo que jamás debe estar involucrado en este tipo de shows, pero lamentablemente lo está. Solo así la música saldrá ganando.