Por: José Rodríguez - @osoldu
Resultan extrañas las cosas que ves cada vez que caminas por
la calle, es como que hay una película o un libro escrito en cada esquina y que
espera por ser vista o leído. Algo así me ocurrió la otra noche, salí a buscar
un poco de diversión y en un bar me encontré con un personaje bastante sui
géneris, pero que, entre muchas copas y mucha hierba, me contó un poco de su
historia.
El tipo llevaba una camiseta que decía God is gay, por lo que supuse que gustaba de la música de Nirvana y
admiraba a Kurt Cobain, pero me confirmó que era fanático del black y el death
metal “porque es musicalmente bueno y sus letras te invitan a ser tú mismo y no
dejarte llevar”. Además tenía el cabello largo y la barba poblada; una mochila
con parches de bandas como Dark Funeral, Burzum, Deicide y Morbid Angel, y
botas de motociclista.
Llegué al bar y pedí una cerveza, el tipo se me acercó y me
pidió fuego para encender un cigarro, se sentó junto a mí y me preguntó si
estaba solo, dude por unos instantes en responderle, pero le dije que sí, que llegué
solo a tomarme unos tragos para poder conciliar el sueño. Me invitó una ronda y
se presentó, dijo que se llamaba Jesús de la Santísima Trinidad Nazareno Bienaventurada,
y yo me reí aprobando la que pensé que era una broma, pero no, me mostró su
cédula de identidad y allí estaba este nombre certificado por el Registro
Civil.
La conversación iba de música básicamente, es que en donde
vivo ahora es complicado encontrar alguien con quién conversar sobre el buen rock
and roll. De pronto, Jesús me ofreció un porro, el que inconscientemente acepté
a pesar de no conocerlo. Me lo fumé y empecé a entrar en confianza.
Jesús tomó muchos whiskies y estaba sintiéndose ya un poco
ebrio, entonces empezó a contarme una historia, la de su vida, sus ancestros.
Su pasado fue muy duro, como el mismo dijo, “una infancia muy jodida, entre
drogas y violencia”.
Recordó a su padre, un artesano llamado José Nazareno,
aunque prefería que le llame José de Nazaret. Él elaboraba esculturas y muebles
de madera y gustaba mucho de viajar, especialmente a playas de surfistas y
lugares donde hay un alto consumo de cannabis, pues él también sentía mucha
curiosidad por esta planta. Viajaba en una van Volkswagen verde de 1970 y
siempre trataba de intercambiar experiencias, arte y drogas con quienes
encontraba en sus viajes.
José tenía una fijación sexual por las mujeres menores de
cierta edad, al punto que en varias ocasiones había dicho que las chicas que
tienen su cédula de ciudadanía eran muy viejas para él. Ello le había costado
varias visitas a establecimientos judiciales y a prisiones, donde aprendió de
nuevos vicios y fetiches. Aún así, no podía dejar de fijarse en adolescentes
pese a que la edad iba dejando huella en su mente y cuerpo.
A sus 80 años, José estaba perdiendo la habilidad para
realizar sus trabajos de carpintería, sin embargo, no quería que el pequeño
taller que había abierto en una pequeña ciudad ubicada a dos horas de la
capital, por lo que decidió que era momento de buscar una niña preparada para
engendrar a un hijo. La elegida, obviamente debía ser adolescente, y siendo
sinceros, resulta prácticamente imposible encontrar a una adolescente que esté
dispuesta a tener un compromiso con un anciano que prácticamente no tiene
dinero, tendría que estar loca. Pero el milagro sucedió.
De una de las salas de una clínica psiquiátrica de la
capital salió María Bienaventurada, una paciente con un estado de salud mental
imposible de mantener para cualquier hospicio, por lo que fue dejada en libertad.
Además de esquizofrenia y paranoia, la joven de 14 años tenía indicios de
prácticas zoofílicas, aunque aquello no pudo ser comprobado pese a que ella
confesaba que le gustaba tener relaciones sexuales con ciertas especies de
aves.
Su belleza sobresalía de la de las demás chicas, por lo que
llamó la atención de José, quien la encontró en una calle buscando algo para
comer, le invitó a desayunar y le dio a conocer su propuesta: ella sería la
madre del niño que se haría cargo de su negocio, a cambio de aquello María
podría quedarse con los activos y las ganancias del pequeño emprendimiento. La
joven aceptó.
La ceremonia de su matrimonio se caracterizó porque no llegó
ninguno de los invitados, pues al parecer no importaba mucho perderse la boda
entre un anciano drogadicto y una adolescente con tendencias zoofílicas que se
unían simplemente por salvar un negocio.
Jesús me comentó que conoce muy poco de lo que pasó después,
pero su madre le contó que la noche en la que fue concebido, su padre murió de
un ataque cardiaco, pues había tomado dosis muy altas de viagra, mezcladas con el
coctel conocido como Jaggerboom.
María no se dio cuenta de lo que pasó con su esposo, sino
después de varios días, cuando el cadáver empezó a descomponerse. Ella tenía
miedo de que la Policía la acuse, pues la exuberancia sexual que tenía pese a
su juventud habría resultado demasiado para el anciano José, pudiendo ser vista
como la culpable de su muerte, así que decidió que endosaría su embarazo a otro
hombre.
La joven empezó a tener relaciones sexuales con varios
incautos hombres, solamente se les acercaba y tras un par de coqueteos y unos
tragos se los llevaba a la cama. Muchos de ellos eran desdichados alcohólicos y
mendigos sin hogar, por lo que querían quedarse en la casa que María heredó de
su difunto esposo, lo que afectaba el plan elaborado por la adolescente; fue
allí cuando decidió que haría público que su embarazo fue producto de una
acción divina y que el niño que espera será el Hijo de Dios, así, María habría
concebido virgen a su vástago.
La idea era genial, nada podía salirle mal porque incluso
podría hacer un poco de dinero porque la gente cree en cualquier cosa que le
dicen que salió de Dios, sea lo que sea, y además está dispuesta a financiar
ese tipo de falacias. Además, de María la gente creía que tenía tendencias
zoofílicas, por lo que decir que llegó a decir que fue un ave quien dejó a un
Jesús no nato en su vientre gracias a una intervención de la deidad de moda
entonces.
Lo hizo, y la gente le creyó. María dejó de ser la heredera
de un pequeño emprendimiento y se convirtió en la matriarca de una lucrativa
religión. Jesús recuerda, después de fumar varios porros más, que optó por ser
un poco más como su padre y renunciar a las riquezas materiales que en su
nombre iba acumulando su madre y sus más fieles seguidores, por lo que después
de graduarse salió de viaje por el mundo.
Así llegó al bar donde compartimos marihuana y licor, y así
se iría de allí a la mañana siguiente, como siempre sin rumbo, huyendo de un
destino que no quiso pero que tuvo que vivir, tratando de mantenerse en la
clandestinidad. “No soy hippie!”, repite Jesús constantemente a lo largo de la
conversación.
Este nuevo compañero de copas y drogas dejó el lugar después de haber pagado la cuenta de todo lo que habíamos consumido y de haber dejado una alta propina a una de las meseras que se veía muy sonriente comentándolo con sus colegas.
Pedí una cerveza más y al terminarla volví a mi casa con mucha curiosidad sobre la historia que apenas había escuchado, la cual me resultó en ciertos tramos muy familiar aunque exactamente no encuentro en qué parte de mi memoria está. Así que pasó y seguí con la rutina laboral a la cual ya había acostumbrado a mi mente y cuerpo.
Días después del encuentro Jesús me agregó a Facebook y me siguió en Twitter, escribió en el chat y me invitó a que lo acompañe en uno de sus viajes, dijo que tenía iría a una boda en donde habría bastante vino y chicas disponibles, por lo cual acepté.
Dijo que la recepción sería cerca de su ciudad natal, en una hostería llamada
Caná.
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