jueves, 12 de junio de 2014

La pelota no se mancha

Por: José Rodríguez / @osoldu

Cuando los niños de las hacinadas y blanqueadas favelas cariocas juegan fútbol en aquellas olvidadas calles piensan en otra cosa muy distinta a la injusticia e inequidad social que viven en su cotidianidad, solamente quieren ser como sus ídolos.


Era el 10 de noviembre de 2001, la televisión pasaba uno de los momentos inolvidables de la historia del fútbol, Diego Armando Maradona, quien mejor lo jugó, se despedía de las canchas en un partido que citó a la selección argentina contra un equipo de amigos del astro nacido en el suburbio bonaerense de Villa Fiorito.

El equipo albiceleste, dirigido por el “Loco” Marcelo Bielsa y que contaba con jugadores como  Roberto Ayala, la “Brujita”  Verón, Javier Zanetti, Pablo Aimar y el mismo Maradona, venció a un equipo conformado por los amigos de Diego, Enzo Francescoli, Éric Cantona, Davor Šuker, Juan Román Riquelme (no era considerado para la selección), Carlos Valderrama, Hristo Stoichkov y René Higuita, entre otros.

Jugaron en ese partido los jugadores que hicieron de mí un fanático futbolero, fue aquella generación de los 90 la que me motivó a regresar a ver al Rey de los deportes. Es que era innegable la calidad de jugadores que teníamos.

Una generación a la que los Messis, Cristianos y Neymares muy difícilmente podrán superar, pues no eran solamente jugadores de fútbol, eran verdaderos personajes con historias que contar. Solo por poner un ejemplo, Cantona es actualmente documentalista y cita entre sus mayores influencias filosóficas a Friedrich Nietzche, algo que dudo mucho que Lio, Cris o Ney hagan después del retiro.


Al terminar aquel partido y vistiendo el uniforme del Boca Juniors de sus amores, el más grande futbolista de la historia pronunció una de las frases que marcaron la historia del deporte: "yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha".

"Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha"

Es que así, la pelota no se mancha, el fútbol está ahí y sigue siendo la pasión para mucha gente y la razón que tiene cada mañana para levantarse. Hay millones de Tanos Pasman en el mundo que viven cada partido como si fuera su vida misma, gritan, insultan, putean, cantan, saltan.

El abrazo entre desconocidos cuando tu equipo mete un gol es algo indescriptible, la alegría que une. Cada vez que tu equipo sale a la cancha y se te pone la piel de gallina, y cada vez que tu equipo vuelve a los vestuarios y regresas a casa con la garganta ronca de tanto haber gritado es algo inexplicable.

Como dice una de las frases utilizadas por las hinchadas “si no lo vives no lo entiendes”, porque la pasión que te genera el fútbol es así, incomprensible e inentendible, no hay que tratar de buscarle una razón a ese sentimiento que te genera vestir los colores del equipo de tus amores e ir al estadio a verlo jugar, si gana gana, si pierde pierde, pero el haber estado allí es algo que nadie te puede quitar.

Si no lo vives, no lo entiendes.

Entre todo esto, empieza el Mundial en un Brasil social y económicamente inequitativo, en medio de protestas e injusticias, con represión policial y la exagerada inversión pública de un gobierno que tuvo que salvar los muebles ante la falta de compromiso de la empresa privada nacional que prometió altas cifras. Aquello mezclado con el mayor evento del fútbol internacional definitivamente es la prueba de que el deporte se ha convertido en un negocio.

En realidad mi situación resulta paradójica, no estoy de acuerdo con lo que ahora ocurre en Brasil a causa de la Copa del Mundo porque en realidad duele y es también muy difícil entender por qué por aquella inexplicable pasión suceden estas cosas.
Pero aún creo que la pelota no se mancha.

Es en las mismas favelas de Rio de Janeiro, en aquellas olvidadas zonas donde 50 millones de personas viven en pobreza y hacinamiento seguramente los futuros Ronaldinhos, Rivaldos, Romarios y Robertos Carlos están preparándose para ser los próximos en darle al pueblo brasileño la alegría que tanto se le ha negado, y que aunque gane la Copa de este año, muy difícilmente tendrá. La pelota no se mancha porque en los potreros de las villas bonaerenses están los próximos Maradonas, Ortegas y Cholos Simeone; o en las canchitas de tierra del Valle del Chota están los futuros Tines, Ulises y Toños.

"No manchamos la pelota"

La pelota no se mancha porque en las gradas está aquella inmortal pasión que hace que haya gente que se cambie hasta de sexo, pero nunca de equipo de fútbol. Mientras cada fin de semana haya en las canchas de los barrios juegos donde se apueste una jaba de cerveza, la pelota no se mancha. Mientras que las familias sigan compartiendo sus almuerzos de fin de semana mirando y comentando un partido, la pelota no se mancha. Mientras haya bromas y cargadas entre hinchas de equipos rivales que pasados los 90 minutos son amigos, novios, esposos, compañeros, la pelota no se mancha.

Por más que la FIFA, los patrocinadores, los gobiernos, los hinchas violentos, los empresarios, los CEO, las marcas de ropa deportiva, el rata Luchito Chiriboga, etc., lo intenten, la pelota no se mancha y no se manchará gracias a quienes hemos aprendido a vivir y sentir un deporte que, queramos o no, forma una parte importante de nuestras vidas.


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