viernes, 25 de abril de 2014

¿Nos merecemos lo que tenemos?

Por: José Rodríguez


En muy poco tiempo Quito ha presenciado espectáculos nunca vistos para esta ciudad y su público ha sido en realidad muy feliz. Pero aquellas sonrisas maquillan una realidad que no es exactamente la que conocen los artistas que nos visitan, cosas que ni Ulrich, ni McCartney, ni Mustaine permitirían para sus fans.




Empezamos con Metallica el pasado 18 de marzo en el mejor concierto en cuando a producción, sonido y magnitud que ha visto este país; hace pocos días tuvimos a Megadeth, la banda de Dave Mustaine, quien fue expulsado de Metallica y dijo “voy a crear mi propio grupo con juegos de azar y mujerzuelas y será el mejor del mundo”, y lo cumplió; y estamos a pocas horas del que podría convertirse en el mayor espectáculo de la historia de este país, Paul McCartney en el Estadio de Liga Deportiva Universitaria.


En poco más de un mes y medio hemos tenido en Quito a tres de las más grandes leyendas de la música contemporánea. Sé que es algo que ocurre con mucha frecuencia en las grandes metrópolis del primer mundo, pero considerando que vivimos en este arjonero y reguettonero Ecuador, sin duda hablamos de un hito y de algo histórico. Pero, ¿realmente el público capitalino se merece vivir esta panacea musical?

Para responder esta pregunta quisiera remitirme a los dos conciertos que ya se llevaron a cabo y a los que asistí, Metallica y Megadeth, pues al momento de escribir estas líneas faltan tres días para el de McCartney, además de que estamos hablando de otra historia, otro target y otro tipo de concierto al hablar del ex Beatle, y no solamente por el género musical, pero a aquello me referiré más adelante.

Además debo admitir que Megadeth y Metallica, en ese orden, están dentro de mi Top 3 de bandas preferidas de metal (completado por Iron Maiden, por lo que es un orgullo decir que ya las he visto en vivo a todas), por lo que las expectativas creadas en mi respecto a ambas presentaciones fueron cubiertas, pero solamente por el tema música, pues lo que está atrás dejó mucho que desear.

Un público capaz de todo por cumplir su sueño.
Así, en diciembre pasado se anunció el concierto de Lars Ulrich y compañía justamente en los días cuando la mayoría de la población cobra su décimo tercer sueldo, por lo que las filas para la compra de las preventas fueron más largas que apagón en domingo en la tarde. Hubo personas que pasaron noches enteras en la puerta de un centro comercial para conseguir su boleto en las dependencias de la empresa Ecutickets.

A tres días del concierto la mencionada y “seria” compañía tuvo la brillante idea de canjear las cerca de 40.000 preventas en una ventanilla del Estadio Olímpico Atahualpa con una sola impresora y una conexión de internet cuyos servidores estaban en Bogotá. Así es, lo leyó bien. Aquello provocó el malestar del público y la llegada de personal de la Intendencia de Policía de Pichincha, quienes ordenaron a Ecutickets abrir otros puntos de distribución o de lo contrario tendrían problemas legales.

Cuando llegó el concierto hubo gente haciendo fila bajo la lluvia, durmió dos noches en la calle a la intemperie y a merced de la delincuencia, cosa que a ningún organizador le importó, es decir, hubo personas que pasaron de pie o sentadas en la calle por casi 48 horas. Las filas de ingreso al concierto fueron largas y gracias a los “filtros de seguridad” implementados genialmente por la autoridad (en los que confiscaban botellas de agua) demoraron el ingreso del público incluso hasta que los teloneros ya habían empezado su presentación.

Dentro del Parque Bicentenario fue imposible conseguir algo para combatir la sed provocada por la fatiga de estar tantas horas de pie y la necesaria recarga de energía para recibir a Metallica por fin en estas tierras a las que hasta el momento se les había negado la oportunidad de tener a semejantes músicos, hasta que por fin apareció un kiosko que vendía el líquido vital a $3 la botella que en el mercado cuesta 40 centavos. Si eso no es un abuso, no sé qué es.

Aguantando por Metallica.
Sin embargo, aguantamos y aguantamos, y callados aceptamos todos aquellos abusos y fallas en la organización porque cumplimos el sueño de ver a Metallica, quienes no tienen la culpa porque, como mencioné líneas atrás, nos dieron el mejor concierto de nuestras vidas a muchos de nosotros.

Pero lo que ocurrió el pasado 22 de abril en el concierto de Megadeth en el Ágora de la Casa de la Cultura no tiene nombre, pues si bien el público quiteño está acostumbrado al maltrato y acepta lo que le pongan con tal de no perderse el concierto de su artista favorito, me resulta asquerosamente aversivo que las faltas de respeto sean para las bandas que nos visitan.

"Pedimos disculpas por venir con una empresa que vale tres atados"

Más allá del maltrato y la vejación que significa que la Policía te haga quitar hasta los zapatos a la entrada de un concierto, creo que tanto los teloneros Basca, como Mustaine y compañía y los asistentes fuimos perjudicados por la supuesta avería de un generador eléctrico que comprometió el sonido del concierto.

Hubo una décima de segundo mientras Megadeth tocaba cuando se hizo el silencio. Ese lapso para mí fue eterno, lo único que pude decir fue “hijueputa!”, pero en la mente tenía un montón de ideas fatalistas que no valdría mencionar este momento. Eso, luego de que las pantallas donde se proyectaban los videos de la banda dejaron de funcionar, y considerando que las pantallas laterales estuvieron apagadas durante todo el concierto.

¿Existe algún responsable de eso? A mi parecer sí, la promotora de eventos CK Concerts que trajo a Megadeth al país y traerá otros espectáculos como Therion y Municipal Waste, Prosonido, quienes recibieron la mayor cantidad de puteadas de mi parte el día del concierto, y la organización local, encabezada por el colectivo Metaleros Ecuador quienes alquilaron el Ágora sabiendo que la acústica allí es pésima, podían pensar en un coliseo Rumiñahui, por ejemplo.

¡La hijueputa mejor banda del hijueputa mundo!
Debo admitir que sentí vergüenza ajena al ver al gran Dave Mustaine pidiendo disculpas al público por el desperfecto técnico. La verdad es que a una organización mediocre como la que hubo le quedó demasiado grande un espectáculo que sin duda fue salvado porque los Megadeth son realmente unos bacanes y dijeron “¡vamos a tocar carajo!”.

Pero hay un antecedente entre Megadeth y el Ecuador, y ocurrió en 2010 cuando la promotora Team Producciones literalmente se ahuevó en traer a la banda que se encontraba en una gira latinoamericana y cancelaron la presentación ante la visible molestia del propio Mustaine, quien prometió que vendría al país con su banda y cumplió, ¿pero era lo justo que lo haga de esa manera?

Como ocurrió cuatro años atrás, el líder de la legendaria banda prometió que regresarían y se nota que siente algo especial por el público ecuatoriano y por el país como lo demuestra en varios tuits publicados durante su estadía en Quito. Confío, en serio confío, como fan del Colo que volverán y tendrán el sonido que merecen y nosotros tendremos el concierto que ¿nos merecemos?






Luego de haber analizado ambos casos llego a la conclusión de que el público quiteño tiene lo que se merece por su pasividad, por ser tan pacientes y conformarse con lo que las empresas promotoras y los así autoproclamados gestores culturales nos ponen en escena.

El momento en el que pagamos para adquirir la entrada de un espectáculo ganamos una serie de derechos que no pueden ser vulnerados por parte de aquellos nefastos personajes, sin embargo, no estamos amparados bajo una legislación que proteja los derechos de los consumidores, a pesar de que existe la Defensoría del Pueblo y que el Ministerio de Industrias y Productividad maneja un programa para este fin. Es lamentable que ninguna de ambas instituciones puedan hacer algo al respecto, pues la primera se ocupa de temas netamente legales y la segunda de asuntos comerciales.

En realidad después de los abusos sufridos en Metallica y los olvidables sucesos del Ágora de la Casa de la Cultura, no me quedan más que ganas de demandar a aquellas empresas que nos maltrataron y estafaron (así es, lo de Megadeth en otras legislaciones puede ser considerado como una ilegalidad), pero al mirar a mi alrededor y ver a gente conformista y feliz, acostumbrada a ese tipo de tratamientos, creo que apoyo no voy a tener.


Ayer justamente conversaba con un amigo que me decía “pero loco, si les denuncias no van a traer nunca más a buenas bandas. Es lo que hay y tenemos que acostumbrarnos”. Y yo lo refutaba, es que justamente por eso es que las promotoras creen que “como son rockeros soportan lo que sea con tal de que les pongamos a su banda, igual nosotros cobramos por adelantado”.

Pero al otro lado están los conciertos de géneros más mercadeables y comerciales, cuyos fans no reciben ese tipo de tratos. Un caso especial es el concierto de Paul McCartney, que está destinado a un tipo de público más elitista y de clase social media alta y alta, conformadas por personas que pueden pagar entradas de $80 a $500 y que por las altas inversiones no sufrirán ese tipo de maltratos, ¿es acaso ese el ejemplo que deben seguir los promotores rockeros? Claro que sí. Y eso es algo que se vio en los shows que brindaron Elton John y Steve Aoki en la Arena Cumbayá.
Seguirán el ejemplo.

Estoy consciente de que no todos podemos pagar los precios de boletos propuestos para estos tres conciertos, pero ahí surge una figura conocida como partnership, que consiste en la asociación de las empresas con socios inversionistas, regularmente empresas, que a cambio de un espacio para publicitar sus productos en un evento paga una buena parte del costo de los contratos de los artistas, lo que ayudaría a las empresas a bajar costos en los boletos y asegurarse un mayor número de asistentes.

Aparentemente es un concepto bastante básico, pero en realidad cuesta mucho hacerle entender eso a Team Producciones y a CK Concerts, pues sus ingresos pueden crecer exponencialmente en relación al número de entradas que se comercializan, por ello la mayor parte de festivales musicales y conciertos en el extranjero manejan aquella filosofía. Por ejemplo, en el Stereo Picnic que se llevó a cabo en Bogotá hace un mes, hubo carpas de diferentes marcas como Adidas, Johnnie Walker (aunque supongo que el moralismo y curuchupismo de este país alejaría al alcohol del escenario), HP, Converse, Coca Cola, Red Bull, etc., multinacionales que garantizarían altas inversiones y por lo tanto, conciertos de primera.

¿No sería mala idea no?
Yo sé que dirán que la propuesta es bastante capitalista, derechista e imperialista, pero hay que considerar que estamos en un mundo gobernado por ese tipo de negocios, pero estamos hablando del show business, el mejor de los negocios como dice el nombre de aquella clásica película musical de los años 50.

En fin, creo que tanto el público como los promotores y “gestores culturales” tenemos que mirar más allá del muy valedero romanticismo de lo indie y de no mezclar el arte con el negocio, y así abrir los ojos para poder ver más allá. No olvidemos que si queremos tener espectáculos de calidad dependemos de empresas y las empresas quieren dinero.

Por otra parte, considero como una de nuestras misiones como público exigir una mejora en el tratamiento que se nos brinda, al igual que del que se da a los artistas que llegan al país, pidamos que revisen los generadores eléctricos antes de los conciertos y verifiquen su funcionamiento, aunque creo que se necesitan dos dedos de frente para saber que hay que hacer eso.

Esperemos que en la tercera venida del Señor (Mustaine) no haya empresas ahuevadas ni promotores mediocres, que se dé el concierto que nos deberíamos merecer después de evolucionar y dejar de ser un público conformista y pasivo.


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